Sobre Córdoba y su Mezquita-Catedral

Aunque tengo la suerte de haber visitado una parte respetable del mundo, no me considero un trotamundos y reconozco que ni siquiera soy demasiado aficionado a viajar. Sin embargo, tengo una larga lista de maravillas que desearía ver antes de morir, y aunque Córdoba no estaba en ella, siento que tras visitarla me he acercado un poco más a esa meta.

Siendo como soy europeo, no puedo decir que sea ajeno a las pequeñas joyas que ofrecen los cascos antiguos de nuestras ciudades, y aún así, nunca vi uno igual al cordobés, con calles tan estrechas, altas e irregulares que producen la impresión de estar recorriendo los pasillos de un solo y enorme complejo. Más que un barrio me dio la impresión de estar visitando un laberinto, repleto de vías muertas o que te devuelven a donde estuviste un instante atrás, y donde el camino más corto entre dos puntos nunca es una línea recta. Sus calles son como venas y las plazuelas los cien corazones a los que van a parar.

Descubrí una ciudad distinta a todas las que conocía. Siempre pensé en eso como un tópico propio de poetas o charlatanes, pero Córdoba tiene un carácter, un carácter indiscutiblemente humilde. No lo verás desde el aire, ni a pie de calle si no te fijas, pues oculta sus tesoros con distancias cortas. Cuando se recorren sus angostas calles, las magníficas fachadas quedan tan cerca unas de otras que son difíciles de admirar; todos sus edificios se visten del mismo blanco y naranja, pero ocultan patios forrados de las más brillantes flores o iglesias de un barroquismo difícil de comprender incluso para un católico como yo. Pero es su corazón, su verdadero corazón, lo más oculto de todo. No se deja anticipar, no hay una explanada que te prepare para lo que vas a encontrar. Desde la lejanía verás un edificio bajo, viejo, ajado por el tiempo y sin nada de especial. Sus paredes no destacan en la distancia, ni su silueta sobre el resto de la ciudad. Solo cuando te encuentras frente a frente con sus puertas lo puedes sospechar. El verdor de su patio es el anticipo de la paz que espera al cruzar el umbral: un bosque de arcos y columnas envuelto en suaves tinieblas que se disipan conforme te adentras en él, para de pronto, revelar una deslumbrante catedral, alta y brillante y tan repleta de detalles que cuesta creer que te halles en el mismo edificio. Una catedral dentro de una mezquita incrustada en el centro de una ciudad. Más grande que el Vaticano, más antigua que la Alhambra. Tan diferente a todo que es imposible de categorizar, algo especialmente desconcertante en estos tiempos que corren de eslóganes e ideas simples. Supongo que algo como eso no puede sino generar polémica entre cualquiera que desee asignarle una etiqueta. Pero es una batalla perdida, pues no depende de la actualidad lo que fue levantado para la eternidad.

El cielo sobre el Orbe

Las diez nebulosas que navegan el cielo nocturno del Orbe.

El cielo nocturno del Orbe está iluminado por diez nebulosas que recorren el firmamento con el transcurrir del año. En la mayoría de las culturas de este planeta el paso en el cenit de una nebulosa a la siguiente marca el paso de los meses, ya que conlleva diferentes fenómenos meteorológicos que dan lugar a las estaciones. Esto, unido a sus particulares formas, provoca que se les atribuyan personalidades y poderes en la totalidad de las mitologías de las diferentes culturas que pueblan el mundo.

Las diferentes nebulosas son, según los nombres por los que se las conoce, las siguientes:

–La Manta, El Ave, Sigrak, Señor de la lluvia; Zeng-shu, El Pez Volador… es la constelación de color azul turquesa. Su aparición en el cenit viene acompañada de precipitaciones y frío, por lo que su mes es considerado el comienzo del invierno. Sus noches son las más largas.

–La Niebla, La Vidente, Ivna, Bruja del agua; Song-shu ya, La Esposa… es la nebulosa gris. El mes en que está sobre una tierra del Orbe, el tiempo es frío y húmedo, trayendo temporales de nieve o lluvia según el lugar. Algunas religiones o tradiciones la emparejan con la figura que la sigue.

–El Prestidigitador, el Enmascarado, Ningú el Tramposo, Feng-shu, El Brujo… son los nombres atribuidos a la nebulosa azul, portadora de nieve y lluvia. Su paso trae consigo un aumento progresivo de las temperaturas. Ciertas culturas creen que es el esposo de la nebulosa gris.

–La Doncella , La Bailarina, Zagruz la esclava humana, Xiu-shu, La Concubina… la nube cósmica morada es signo de la llegada de la primavera y del calor, aunque no retira las precipitaciones. La buena temperatura y la lluvia traen consigo el renacimiento de la naturaleza, por lo que muchas civilizaciones marcan el principio del año con su llegada.

–La Presa, El Espíritu del bosque, Ingmar, Príncipe de todos los ríos; Fa Syang-shu, El Animal… durante el mes de noches magentas las plantas florecen y los animales regresan a los bosques junto con el buen tiempo.

–El Demonio, la Cabra, Numriu, Rey-Sacerdote de los Dioses; Sen-shu, El Genio… la nebulosa roja es el símbolo de la llegada del verano. Su aparición trae el calor y noches muy cortas. En algunas civilizaciones se cree que es el punto álgido de la magia, y que su poder trae terrores nocturnos al mundo mortal.

–El Depredador, El León, Karaba, el Destructor; Kai-shu, El Azote del Desierto… la nube parda es el mes más caluroso y seco del año. En el Este se considera que su figura es la de un titán poderoso y malévolo que sumió el continente en el caos.

–El Hombre-mono, El Sabio, Giramasarek, el Maestro de los Secretos, Hanu-shu, El Mono Guerrero… la nube naranja es el mes de la fertilidad, cuando el calor deja de ser asfixiante y los árboles dan fruto. Su llegada marca el inicio de la cosecha en muchos lugares.

–El Insecto, Marek, Dios de la Vida; Niang-shu, El Crustáceo… con el mes amarillo regresan las primeras lluvias, el tiempo se templa y se da por acabado el verano.

–La Bestia, Ishar, Dios del Ganado; Tae-shu, La Selva Andante… las noches verdes traen el mes más lluvioso y ventoso del año. Las temperaturas moderadas vuelven a irse. La temporada de caza termina aquí.